Había una vez un alma, que errante se fue de la nada y llegó al confín de sí misma. El alma se sintió fascinada de lo que había encontrado en aquel lugar. Una nueva persona que no conocía ni la mitad de su alma nueva. En ese entonces se preguntó cuál era la idea de haber viajado tan errante si todo lo que pedía era la respuesta a que sólo podía acceder ensimismada. El alma tomó una rienda y la suelta la perdió. Se fue lejos de ella. Sin palabras, ni escándalos; la música era el único encuentro que tenia con lo que, en una vida pasada, había perdido. Con altavoces que ascendían y luego giraban. Rocas llenas de polvo seco y agrietado, mojado y a la espera. El encuentro fortuito con la vida se asemeja a un pequeño momento de compasión por sí misma y el alma resintió su lugar en la tierra. Al tocarla vio la libertad y en ella parte de sí que volaba a donde no se puede nombrar por tanta belleza. El paraje era el más estrepitoso de los acontecimientos y cada una de sus partes una semilla de esperanza que hace nacer de nuevo a las almas errantes que buscan pequeños silbidos de vida pasada, presente y un alma quizás futura.
Dedicado a mi alma errante
la de la foto
Chani
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