tráfico de organos Crónica sobre vender órganos de un cuerpo joven.
En Chile el tráfico de órganos no es tema. No es un problema. Que aquí, eso de despertar un día sin un riñón o sin córneas, por ejemplo, es una cosa que le pasa a uno que otro mendigo, dicen, de vez en cuando y por ahí. Que aquí, en Chile, no hay manera de que exista una compra y venta de partes del cuerpo de unos, en buen estado, por el buen dinero de otros, en mal estado. Que todo lo que se oye no son más que mitos. Pero si un día subes un aviso en internet que ofrece vender un riñón, entonces esperas y el misterio se acaba. Después de todo, vivimos en un lugar donde la oferta y la demanda mandan. Una sociedad libre. Y el cuerpo es mío. “Vendo mi riñón”, escribí. Y puse mi correo-e. Puse un precio: 20 millones de pesos. Sabía lo que decían las eminencias en trasplantes sobre esto: que aquí no hay tráfico, que es un mito, que no pasa nada, que en Chile está todo tranquilo y controlado. Sabía que cobraba caro para el mercado: algunos ofrecen su riñón por 80 mil pesos, cualquiera puede venderlo en 10 millones, pero no olvidé un cliché que es un hecho: el consumidor asocia mayor precio con mejor calidad. Y no sabía mucho más. Veinte grandes por un riñón vivo y desconocido y algo carreteado, pero joven aún, creo. Si lo quieres, pagas y te lo llevas. La esencia de todo el sistema. Subí la frase y esperé a ver qué pasaba. Publicar un aviso así es ilegal, el que lo publica puede ser considerado un intermediario en la transacción y, legalmente, es peor que vender el riñón. Por eso no se ven de estos avisos en los diarios o en los sitios que compran y venden, por ejemplo, casi nunca, y por lo mismo duran poco publicados en la red. La ley 19.451, la Ley de Transplantes chilena, establece que la donación de órganos o tejidos es un acto de generosidad y altruismo; ergo: se puede hacer, pero no corresponde recibir dinero por ellos. La ley prohibe así el tráfico de órganos. La ley sanciona el tráfico de órganos con penas que van desde las multas en pesos a presidio menor en su grado mínimo, o sea, entre 60 y 541 días de encierro, para el que vende y para el que compra un riñón, un pulmón, un hígado, una córnea, un páncreas o un corazón. La misma condena pero aumentada en dos grados es la que corre para el que hace el negocio por cuenta de terceros. El intermediario paga triple. Mi aviso no contenía detalles. Yo solo esperaba que alguien quisiera lo que yo tenía para vender. Mi aviso sobrevivió seis horas y trece minutos antes de que lo bajaran. Seis horas no me parecían suficientes. Dejé pasar un par de días y revisé mi correo, y nada. Dejé pasar otro día. Y nada. Yo no estoy desesperado. Los desesperados son otros, los tipos y tipas que de pura angustia llegan a pensar que la idea de vender uno de sus riñones para pagar las deudas y comer bien un rato más, es una súper buena idea. La mejor idea. La única salida. Como Verónica Urbina Gallegos, una mujer de Cerro Navia, de 42 años y que trabajaba en el Persa Estación, madres de nueve hijos, que el 4 de mayo de 2004 publicó esto en el sitio economico.cl: “Mujer completamente sana vende su riñón para ayudar a sus niños y esposo que tiene cáncer. No tenemos para médicos. ¡Ayúdanos! Estoy sola y desesperada. Llama ya”. Su esposo, Sergio Orellana, de 50 años de edad, tiene hace años la cara deformad y la lengua casi totalmente extirpada producto de un cáncer bucal. “Estoy dispuesta a ir a la cárcel por ayudar a mi marido”, le decía la señora Verónica al diario La Cuarta en esos días. Lo que cuentan hoy los vecinos de la población Las Torres es que Verónica Gallegos recibió un correo a los dos días de publicado el aviso. Luego, un llamado al celular y luego una oferta desde la República Popular China: 30 millones de pesos chilenos por uno de sus riñones. El precio en pesos, en el mercado chino, bordea los 80 millones. El comprador chino lo quería para un niño. Los Orellana Urbina se mudaron repentinamente de la población en septiembre de ese año. No dejaron su nueva dirección. No se despidieron de nadie. O como Any, de 45 años de edad, de Osorno, que hoy ofrece su riñón en seis millones de pesos. Conversables, dice. “Deseo vender mi riñón, pues poseo buena salud y deseo que si esto resulta, necesito alojo para mamá, mi prima y un niño si es fuera de Osorno. Deseo salvar mi casa. El precio no incluye gastos de medicamentos, hospitalización ni alojamiento para mi madre y prima. Ellas dependen de mí”. O como Taty, de 34, de Valparaíso, que vende su riñón en 30 mil dólares. Ella dice: “Vendo urgente riñón. Señora totalmente sana. No bebo, no consumo drogas. Mamá sola de cinco hijos, sin trabajo y sin vivienda. Necesito sacar adelante a is hijos. Total reserva”. O como María Paz, quien dice hoy: “Hola a todos, les pido disculpas, pero la desesperación es más fuerte, por necesidad económica y cesantía vendo mi riñón, soy una mujere sana, RH positivo, vital, que en estos momentos no tiene cómo pagar sus cuentas y a mis 44 años por muy profesional que sea, me cuesta, ya que hay mucha gente joven y capaz que ya ha tomado nuestros lugares. Gracias y una vez más, les pido disculpas”. O como Miguel Delgado Contreras, de 36 años, de Antofagasta, que dice en otro aviso en la red: “Tengo tres hijos, mi esposa tiene una enfermedad terminal, estoy económicamente en la quiebra, ya no tengo qué vender. Gozo de muy buen estado de salud, no fumo ni soy bebedor. Si alguien está buscando un riñón A+, me gustaría”. Ahí están todos, visibles y vestidos con el traje desastroso que llevan los agentes del mercado de la desesperación. Los perdedores quieren ganar una vez. Los perdedores tienen una buena razón para rajarse la espalda y la guata, parar, cobrar y olvidar. Siete días de espera y recibo un correo: “Estimado señor o señora, le agradecería responder este correo a la brevedad, poniendo un número telefónico de contacto, para tratar asunto del aviso publicado por usted el 11-8-2006. Sin otro particular, saluda atentamente a usted, M.V.D”. Es la segunda vez que que veré a M.V.D. en 72 horas. El jueves nos tomamos un café en el centro de Rancagua. Ocurrió así: respondí el correo, anoté mi celular en él y el martes que pasó me llamó una voz grave y gastada, un ultra caballero que, con todo respeto, me saludó, me pidió discreción y una reunión, en Santiago, o en Rancagua mejor, donde él trabajaba, no sé en qué, no pregunté. Vi llegar al cuerpo de la voz gastada esa tarde de jueves al café que está en la esquina de la plaza de armas de Rancagua, puntual y forrado en un traje azul que se veía caro. No fue una charla. El tipo se sienta, suena suave, pide por ambos, no me pregunta, pide café y su ceño está arrugado como cuando uno está preocupado y sus uñas, bien limadas y bien limpias. Me mira y me interroga. ¿Cómo te llamas?, ¿cuántos años tienes?, ¿qué haces para vivir?, ¿cuánto pesas?, ¿qué comes?, ¿de dónde eres?, ¿dónde has vivido?, ¿por qué quieres hacer esto?, ¿has hablado de esto con alguien más?, ¿para qué quieres la plata?, ¿tienes familia?, ¿tienes hijos?, ¿no te arrepentirás de hacerlo a última hora?, ¿cuál es tu carnet?, ¿estás dispuesto a recibir menos de lo que pides?, ¿qué hora es?, ¿podemos vernos otro día?, ¿me dejas pagar? Y la frase para el bronce: “Yo hablo en representación de alguien que podría interesarse en lo que usted ofrece”. Respondí a todas. Mi historia es simple y copiada: quiero el dinero para salvar a mi familia. El tipo anotó la cita en su agenda. Y se fue con su maletín. No sé quién es.
Extracto de “Crónicas de un subnormal para gente inteligente“.
(fuente en título)
saludos Chani †
En Chile el tráfico de órganos no es tema. No es un problema. Que aquí, eso de despertar un día sin un riñón o sin córneas, por ejemplo, es una cosa que le pasa a uno que otro mendigo, dicen, de vez en cuando y por ahí. Que aquí, en Chile, no hay manera de que exista una compra y venta de partes del cuerpo de unos, en buen estado, por el buen dinero de otros, en mal estado. Que todo lo que se oye no son más que mitos. Pero si un día subes un aviso en internet que ofrece vender un riñón, entonces esperas y el misterio se acaba. Después de todo, vivimos en un lugar donde la oferta y la demanda mandan. Una sociedad libre. Y el cuerpo es mío. “Vendo mi riñón”, escribí. Y puse mi correo-e. Puse un precio: 20 millones de pesos. Sabía lo que decían las eminencias en trasplantes sobre esto: que aquí no hay tráfico, que es un mito, que no pasa nada, que en Chile está todo tranquilo y controlado. Sabía que cobraba caro para el mercado: algunos ofrecen su riñón por 80 mil pesos, cualquiera puede venderlo en 10 millones, pero no olvidé un cliché que es un hecho: el consumidor asocia mayor precio con mejor calidad. Y no sabía mucho más. Veinte grandes por un riñón vivo y desconocido y algo carreteado, pero joven aún, creo. Si lo quieres, pagas y te lo llevas. La esencia de todo el sistema. Subí la frase y esperé a ver qué pasaba. Publicar un aviso así es ilegal, el que lo publica puede ser considerado un intermediario en la transacción y, legalmente, es peor que vender el riñón. Por eso no se ven de estos avisos en los diarios o en los sitios que compran y venden, por ejemplo, casi nunca, y por lo mismo duran poco publicados en la red. La ley 19.451, la Ley de Transplantes chilena, establece que la donación de órganos o tejidos es un acto de generosidad y altruismo; ergo: se puede hacer, pero no corresponde recibir dinero por ellos. La ley prohibe así el tráfico de órganos. La ley sanciona el tráfico de órganos con penas que van desde las multas en pesos a presidio menor en su grado mínimo, o sea, entre 60 y 541 días de encierro, para el que vende y para el que compra un riñón, un pulmón, un hígado, una córnea, un páncreas o un corazón. La misma condena pero aumentada en dos grados es la que corre para el que hace el negocio por cuenta de terceros. El intermediario paga triple. Mi aviso no contenía detalles. Yo solo esperaba que alguien quisiera lo que yo tenía para vender. Mi aviso sobrevivió seis horas y trece minutos antes de que lo bajaran. Seis horas no me parecían suficientes. Dejé pasar un par de días y revisé mi correo, y nada. Dejé pasar otro día. Y nada. Yo no estoy desesperado. Los desesperados son otros, los tipos y tipas que de pura angustia llegan a pensar que la idea de vender uno de sus riñones para pagar las deudas y comer bien un rato más, es una súper buena idea. La mejor idea. La única salida. Como Verónica Urbina Gallegos, una mujer de Cerro Navia, de 42 años y que trabajaba en el Persa Estación, madres de nueve hijos, que el 4 de mayo de 2004 publicó esto en el sitio economico.cl: “Mujer completamente sana vende su riñón para ayudar a sus niños y esposo que tiene cáncer. No tenemos para médicos. ¡Ayúdanos! Estoy sola y desesperada. Llama ya”. Su esposo, Sergio Orellana, de 50 años de edad, tiene hace años la cara deformad y la lengua casi totalmente extirpada producto de un cáncer bucal. “Estoy dispuesta a ir a la cárcel por ayudar a mi marido”, le decía la señora Verónica al diario La Cuarta en esos días. Lo que cuentan hoy los vecinos de la población Las Torres es que Verónica Gallegos recibió un correo a los dos días de publicado el aviso. Luego, un llamado al celular y luego una oferta desde la República Popular China: 30 millones de pesos chilenos por uno de sus riñones. El precio en pesos, en el mercado chino, bordea los 80 millones. El comprador chino lo quería para un niño. Los Orellana Urbina se mudaron repentinamente de la población en septiembre de ese año. No dejaron su nueva dirección. No se despidieron de nadie. O como Any, de 45 años de edad, de Osorno, que hoy ofrece su riñón en seis millones de pesos. Conversables, dice. “Deseo vender mi riñón, pues poseo buena salud y deseo que si esto resulta, necesito alojo para mamá, mi prima y un niño si es fuera de Osorno. Deseo salvar mi casa. El precio no incluye gastos de medicamentos, hospitalización ni alojamiento para mi madre y prima. Ellas dependen de mí”. O como Taty, de 34, de Valparaíso, que vende su riñón en 30 mil dólares. Ella dice: “Vendo urgente riñón. Señora totalmente sana. No bebo, no consumo drogas. Mamá sola de cinco hijos, sin trabajo y sin vivienda. Necesito sacar adelante a is hijos. Total reserva”. O como María Paz, quien dice hoy: “Hola a todos, les pido disculpas, pero la desesperación es más fuerte, por necesidad económica y cesantía vendo mi riñón, soy una mujere sana, RH positivo, vital, que en estos momentos no tiene cómo pagar sus cuentas y a mis 44 años por muy profesional que sea, me cuesta, ya que hay mucha gente joven y capaz que ya ha tomado nuestros lugares. Gracias y una vez más, les pido disculpas”. O como Miguel Delgado Contreras, de 36 años, de Antofagasta, que dice en otro aviso en la red: “Tengo tres hijos, mi esposa tiene una enfermedad terminal, estoy económicamente en la quiebra, ya no tengo qué vender. Gozo de muy buen estado de salud, no fumo ni soy bebedor. Si alguien está buscando un riñón A+, me gustaría”. Ahí están todos, visibles y vestidos con el traje desastroso que llevan los agentes del mercado de la desesperación. Los perdedores quieren ganar una vez. Los perdedores tienen una buena razón para rajarse la espalda y la guata, parar, cobrar y olvidar. Siete días de espera y recibo un correo: “Estimado señor o señora, le agradecería responder este correo a la brevedad, poniendo un número telefónico de contacto, para tratar asunto del aviso publicado por usted el 11-8-2006. Sin otro particular, saluda atentamente a usted, M.V.D”. Es la segunda vez que que veré a M.V.D. en 72 horas. El jueves nos tomamos un café en el centro de Rancagua. Ocurrió así: respondí el correo, anoté mi celular en él y el martes que pasó me llamó una voz grave y gastada, un ultra caballero que, con todo respeto, me saludó, me pidió discreción y una reunión, en Santiago, o en Rancagua mejor, donde él trabajaba, no sé en qué, no pregunté. Vi llegar al cuerpo de la voz gastada esa tarde de jueves al café que está en la esquina de la plaza de armas de Rancagua, puntual y forrado en un traje azul que se veía caro. No fue una charla. El tipo se sienta, suena suave, pide por ambos, no me pregunta, pide café y su ceño está arrugado como cuando uno está preocupado y sus uñas, bien limadas y bien limpias. Me mira y me interroga. ¿Cómo te llamas?, ¿cuántos años tienes?, ¿qué haces para vivir?, ¿cuánto pesas?, ¿qué comes?, ¿de dónde eres?, ¿dónde has vivido?, ¿por qué quieres hacer esto?, ¿has hablado de esto con alguien más?, ¿para qué quieres la plata?, ¿tienes familia?, ¿tienes hijos?, ¿no te arrepentirás de hacerlo a última hora?, ¿cuál es tu carnet?, ¿estás dispuesto a recibir menos de lo que pides?, ¿qué hora es?, ¿podemos vernos otro día?, ¿me dejas pagar? Y la frase para el bronce: “Yo hablo en representación de alguien que podría interesarse en lo que usted ofrece”. Respondí a todas. Mi historia es simple y copiada: quiero el dinero para salvar a mi familia. El tipo anotó la cita en su agenda. Y se fue con su maletín. No sé quién es.
Extracto de “Crónicas de un subnormal para gente inteligente“.
(fuente en título)
saludos Chani †