martes, diciembre 04, 2012

Tráfico de Marfil - Ivory Trafficking


Miles de elefantes son abatidos cada año para fabricar con el marfil de sus colmillos objetos religiosos. ¿Es posible detener la carnicería?
Por Bryan Christy, octubre de 2012

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FOTOGRAFÍAS DE BRENT STIRTON


En enero de 2012 un centenar de hombres a caballo entraron, desde Chad, en el Parque Nacional Bouba Ndjidah de Camerún y mataron a cientos de elefantes en una de las peores matanzas cometidas desde la prohibición mundial del tráfico de marfil en 1989. Armados con fusiles AK-47 y lanzagranadas, los aniquilaron con precisión militar. La carnicería recuerda la perpetrada en 2006 cerca del Parque Nacional Zakouma. Visto a ras del suelo, cada cadáver es un monumento a la codicia humana. La caza furtiva de elefantes está en su punto máximo de la última década, y las incautaciones de marfil ilegal, en su nivel más alto en años. Vistos desde el aire, los cadáveres componen la escena de un crimen sin sentido: se puede ver a los que huyeron, a las madres que protegieron a sus crías, y el terror de 50 ejemplares que cayeron juntos, las últimas víctimas de las decenas de miles de elefantes abatidos cada año en África. Desde más lejos, desde la perspectiva que da la historia, la escena de muerte no es nueva.

La conexión filipina

En una iglesia abarrotada, monseñor Cristóbal García, uno de los coleccionistas de marfil más conocidos de Filipinas, dirige un extraño ritual en honor de la imagen religiosa más importante del país, el Santo Niño de Cebú. La ceremonia, que el sacerdote celebra todos los años en Cebú, se llama Hubo, palabra que en lengua cebuana significa «desvestir». Varios monaguillos desnudan una pequeña figura de madera del Niño Jesús vestido de rey, réplica de otra que, según se cuenta, Fernando de Magallanes llevó a la isla en 1521. Los niños le quitan la pequeña corona, el manto rojo y las botas minúsculas, y le retiran una a una las prendas de vestir superpuestas en capas. Después, mientras los monaguillos cubren pudorosamente la imagen desnuda con una toalla blanca, el sacerdote la sumerge sucesivamente en varios toneles de agua, produciendo así suficiente agua bendita para el resto del año, tanto para uso de su iglesia como para venderla.
García es un hombre rollizo, de mirada estrábica y rodillas artríticas. A mediados de los años ochenta, según información publicada en 2005 por el Dallas Morning News y el proceso judicial correspondiente, cuando era sacerdote de la iglesia de Santo Domingo en Los Ángeles, García abusó sexualmente de un monaguillo de poco más de 13 años y fue destituido. De vuelta en Filipinas fue ascendido a prelado y puesto al frente de la Comisión Archidiocesana de Culto de Cebú, lo que lo convirtió en jefe de protocolo de la mayor archidiócesis católica del país, una comunidad de casi cuatro millones de personas en un país donde hay 75 millones de católicos, la tercera comunidad que tiene esta iglesia en el mundo. García es conocido fuera de Cebú. El papa Juan Pablo II bendijo al Santo Niño durante la visita del prelado a su residencia de verano en Castel Gandolfo, en 1990. García es tan famoso que para encontrar su iglesia solo tengo que bajar la ventanilla del coche y preguntar «¿Monseñor Cris?», y enseguida me indican el camino a su complejo amurallado.
Para algunos filipinos, el Santo Niño de Cebú es el mismísimo Jesús. En el siglo XVI los españoles declararon milagrosa la imagen y la usaron para convertir a los isleños. A partir de entonces, esta sencilla estatuilla de madera, que se conserva en una caja de cristal antibalas en la Basílica Menor del Santo Niño de Cebú, se convirtió en los cimientos sobre los que se desarrolló el catolicismo filipino. Este mismo año un párroco ha tenido que renunciar a su puesto por decir que las imágenes del Niño, la Virgen y los santos no eran más que muñecos de madera y escayola.
«El que no es devoto del Santo Niño no es un auténtico filipino –dice el padre Vicente Lina, Jr. (conocido como «padre Jay»), director del Museo Diocesano de Malolos–. Todos los filipinos tienen su imagen del Santo Niño, aunque vivan debajo de un puente.»
Cada mes de enero dos millones de fieles concurren en Cebú para caminar en la procesión del Santo Niño. La mayoría lleva réplicas en miniatura de plástico o de madera de la imagen. Muchos creen que cuanto más inviertan en su devoción, más bendiciones recibirán. Para algunos, una réplica de plástico o de madera no es suficiente: el material ideal es el marfil de elefante. Continúa en http://www.nationalgeographic.com.es/articulo/ng_magazine/reportajes/7478/marfil_culto.html?_page=2